Imagina a un recién nacido. ¿Cómo lo visualizas? Tierno, suave, rosadito…
Esta imagen difiere mucho de la estampa que nos encontramos cuando llega al mundo nuestro hijo: resbaladizo, arrugadito y cubierto de un unte blanco pegajoso. La sustancia en cuestión se llama vérnix caseoso o unto sebáceo, y no es suciedad, sino una mezcla de secreciones sebáceas, lanugo y células de la piel descamada del bebé que sirven para protegerlo. Con nuestra mente occidental pulcra lo primero que nos apetece es bañarlo…
¡Error!
Según un reciente estudio (1), evitar bañar al bebé en las primeras 12 horas tras el nacimiento favorece el establecimiento de la lactancia materna.
Los investigadores proponen los siguientes motivos:
- Alarga el contacto piel con piel entre la madre y el hijo.
- Facilita que mantengan una temperatura corporal estable.
- Preserva el olor del líquido amniótico, que parece ser que guarda similitudes con el olor del pecho materno, y podría animar a los bebés a agarrarse.

Curioso, ¿verdad? Así que ya sabes,
Retrasando el primer baño del recién nacido favorecemos la lactancia materna!
1. Heather Condo DiCioccio, Candace Ady, James F. Bena, Nancy M. Albert. Initiative to Improve Exclusive Breastfeeding by Delaying the Newborn Bath. Journal of Obstetric, Gynecologic & Neonatal Nursing, 2019; DOI: 10.1016/j.jogn.2018.12.008